lunes, 6 de febrero de 2012

Soy un cyborg, la locura más cuerda

Joint Security Area (2000) fue la película que lanzó a la fama al realizador Park Chan-Wook. Después, con su “trilogía de la venganza”, formada por Sympathy for Mr. Vengeance (2002), Oldboy (2003) –que le mereció el gran premio del jurado en el Festival de Cannes en 2004– y Simpathy for Lady Vengeance (2005), se consolidó como uno de los grandes directores coreanos del panorama actual.

Soy un cyborg (2006) nos cuenta la historia de Young-goon, una joven que es internada en un centro psiquiátrico porque se cree un cyborg. Una vez dentro de la institución se relaciona con varios pacientes, cada uno de los cuales tiene un grado y un tipo de demencia distinta, entre ellos Il-sun, quien piensa que puede robar la personalidad de la gente. Al creerse una máquina se alimenta a basa de chupar pilas e incluso mediante el electroshock. Esto hace que se vaya quedando anoréxica y tenga alucinaciones.
Esta película supone, a primera vista, un cambio radical de registro para el director. Es cierto que deja atrás el estilo más negro y, por así decirlo, sádico pero la temática de la venganza sigue estando presente. Uno de los objetivos de la chica es vengarse de los médicos que la han encerrado, igual que hicieron con su abuela. Y cuando alucina con esa venganza lo hace del modo al que nos tiene acostumbrados Chan-wook.

El film nos transporta a un mundo de fantasía muy distinto al que hemos visto en películas francesas del tipo Amelie o Delicatessen, que producen hiperglucemia en los espectadores. En este caso se trata de una fantasía minimalista que nos muestra sucesos extremadamente trágicos de una forma simpática.
Park Chan-wook nos vuelve a demostrar que posee un gran dominio del tiempo y lo plasma a la perfección en el montaje. Asimismo la fotografía tampoco defrauda. La composición de los planos está prevista al milímetro. El director nos deleita con imágenes perfectas donde no sobra ni falta nada. Y es que su sello está indudablemente impreso en esta película por mucho que cambie de género.
La película ha sido interpretada de distintas formas. Como una crítica a la sociedad actual que vive mecanizada, como la búsqueda de identidad de la juventud, como una historia de amor “diferente” o como una ida de olla. Yo sinceramente me quedo con esta última, no sólo porque creo que es la más acertada, sino porque pienso que es admirable que un director haya adquirido la independencia necesaria para llevar a cabo semejante locura, sin explicaciones, sin más, y que encima no defraude a sus seguidores (ni a los que no lo son). Ese es el sello más claro de que nos encontramos ante uno de los grandes.

Es del todo remarcable también el trabajo de Lim Soo-jung, protagonista absoluta de la película. Tuvo que seguir una estricta dieta, con la que llegó a quedarse en 39 kg, para remarcar la anorexia de la joven. La actriz sabe plasmar a la perfección el comportamiento aniñado y poco cuerdo del personaje. Nunca antes había visto en pantalla un cyborg tan humano.
Soy un cyborg es una comedia romántica recomendada para aquellos a los que no les gustan las comedias románticas. Fans de Meg Ryan, Katherine Heigl o Cameron Diaz absteneos.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Todo lo que pudo ser y no fue

Las medias tintas nunca dan buenos resultados

Gus Van Sant es ese director que se mueve entre el cine independiente y el comercial. Puede hacer películas como Gerry o Elephant, que se llevó la Palma de Oro en Cannes, y otras como Finding Forrester o Milk, con la que obtuvo dos premios Oscar. Con Restless encuentra un punto intermedio. La película presenta un planteamiento que puede parecer poco convencional: dos jóvenes se conocen en un funeral. Él está ahí porque le gusta ir a entierros de desconocidos y a ella le gusta pasearse por cementerios y dibujar. Pero, atención, Ron Howard es uno de los productores (¿hace falta decir algo más?).

El film no es sólo un popurrí de estilos. También encontramos un pastiche formado por muchos de los clichés de historias de amor adolescentes. Desde la primera vez hasta interrogatorios al novio por parte de los padres pasando por enfermedades terminales (esto recuerda a A walk to remember, ¿no?). Esa falsa originalidad que muestra el trailer o incluso la sinopsis se queda en algo muy convencional. Y es que Gus Van Sant no se atreve a arriesgar. A los fans de obras como Elephant nos habrá defraudado con este nuevo proyecto.

Lo mejor, y probablemente lo más fuera de lo normal, es Hiroshi (Ryo Kase). El amigo invisible de Enoch (Henry Hopper) que resulta ser un kamikaze japonés que murió en la Segunda Guerra Mundial. Este personaje da vida a la historia y hace que tenga cierta gracia. Es curioso ver a los dos personajes jugando juntos a Hundir la flota y como Hiroshi nunca pierde, ironías de la vida.
Eso sí, al final la cursilería que marca la película acaba destrozando el personaje. Cuando Annabel (Mia Wasikowska) muere puede ver a Hiroshi que se encarga de acompañarla al “cielo” o adonde sea que vaya a ir. Y es que el principal peligro que corría Van Sant al rodar esta película era el de caer en la cursilería y, lamentablemente, cayó.

Pero tranquilos, no todo tiene que ser malo. Hay algunos aspectos que funcionan realmente bien en la película y también merecen ser mencionados. Dejando de lado el ya comentado personaje de Hiroshi, hay que destacar la música, que está muy bien escogida y utilizada. Quizá sobra en la que me parece la mejor escena de la película: cuando Enoch lleva a Annabel a la tumba de sus padres, se los presenta y mantienen una conversación los cuatro. Es una escena que tiene muchísima fuerza pero que podría haber tenido aún más impacto si no se hubiera hecho uso de la música. Y por último remarcar el gran trabajo realizado por los dos actores principales, Mia y Henry. Han sabido crear una química entre ellos que el público es capaz de captar en sus interpretaciones y eso es algo que se agradece mucho.

Miedo me da lo nuevo que está preparando Gus Van Sant sabiendo que estará protagonizado por Taylor Lautner, conocido mundialmente por enseñar su torso en películas como Twilight. Esperemos que sea un giro para la carrera de Taylor y no para la de Van Sant.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Eva, otro producto mediocre de la filmografía española

Eva es una película que puede parecer muy diferente del resto de producciones españolas. Y posiblemente la temática sea diferente, puesto que no acostumbramos a realizar films de ciencia ficción (a pesar de que justamente ahora encontramos dos películas españolas en cartelera con temáticas fantásticas o de ciencia ficción, el otro ejemplo sería Verbo, de Eduardo Chapero-Jackson).
En mi opinión Eva es una película que no se desmarca mucho. Al inicio vemos unos paisajes nevados donde predomina el blanco pero dónde de repente vemos una figura de una niña con un abrigo rojo que capta nuestra atención, es una lástima que no consiga hacerlo durante los 90 minutos que tiene de duración.

La fotografía, si no fuera por los paisajes que escogieron para realizarla, no es nada excepcional. De acuerdo que no está mal y que hay algún plan bonito o que, por ejemplo, la forma en la que se nos muestra cuando Lana le explica a Álex que Eva es un robot es bastante acertada, pero no puede compararse con trabajos hechos por directores de fotografía como Christopher Doyle (un dios). Además, en determinados momentos se hace uso del zoom, que yo personalmente encuentro que es un recurso que no ayuda nada y que resta credibilidad en el relato.
Hay algo que no he entendido sobre la dirección artística. Si la película está ambientada en el futuro, concretamente en el año 2041, ¿por qué los coches son antiguos? ¿Por qué la gente viste de una forma anacrónica? ¿Por qué la decoración de las casas es tan simplista? Y es que en toda la película predomina una cierta estética propia de los años 70 que no resulta muy coherente con el resto del relato, que se caracteriza por su tono futurista. Eso sí, podemos encontrar detalles tecnológicos a chorros, desde una especie de gramófono virtual hasta mascotas digitales. Y es que si algo quería hacer el realizador de la película era mostrar que domina los efectos especiales. Con este tema suelta toda su imaginación y nos muestra el cerebro de un robot que se puede hacer grande y pequeño con los dedos, imágenes que se capturan y se convierten en holografías y todo tipo de aparatos digitales propios de una época futura. ¿Por qué esta diferencia, pues, entre los gadgets y los objetos de la vida cotidiana (ropa, coches, camas, lavabos…)?

El reparto está formado por varias de las estrellas del panorama cinematográfico actual. Encontramos a Daniel Bruhl, que ha realizado tanto obras en el país como en el exterior (Goodbye Lenin, Wolfgang *Becker, 2003) y que hace una buena actuación, sin elogiarlo excesivamente. Su personaje tampoco es muy dado a las emociones o las expresiones o sea que tampoco se le puede juzgar en exceso. En en cuanto al personaje femenino, encontramos a Marta Etura, que parece que en los últimos años ha cogido empujón porque podemos encontrarla en muchas producciones de los últimos tiempos como Celda 211 (Daniel Monzón,2009), Mientras duermes (Jaume Balagueró, 2011) o 7 minutos (Daniela Fejerman, 2009). Pienso que hace un mejor papel que Bruhl y que tiene un aire más profesional a pesar de que aparece en muchos menos momentos. Encontramos a otro actor que compartió cartelera con Marta en Celda 211, Alberto Ammann. Este sí que queda relegado a un segundo plano y es más difícil realizar un juicio de valores sobre su actuación. En cuanto a Eva, interpretada por Clàudia Vega, hace un buen papel sobre todo teniendo en cuenta que es una niña. Esto no quiere decir que haya que despreciar las actuaciones infantiles o que hayamos de esperar poco de ellas porque, por poner un ejemplo, en El niño de la bicicleta, de los hermanos Dardenne, el niño protagonista (Thomas Doret) hace una actuación excepcional y es capaz de captar la atención de la cámara durante todo el largometraje. Por eso es difícil calificar la actuación de la intérprete de Eva cómo algo más que buena. Por último, destacar la presencia de Lluis Homar que nos tiene acostumbrados a papeles de malo repelente como en No tengas miedo (Montxo Armendáriz, 2011), Los ojos de Julia (Guillem Morales, 2010) o Héroes (Pau Freixas, 2011) y en este caso sorprende con un papel bastante ridículo, hasta el punto de que en algunos momentos da risa.
En en cuanto al guion, creo que se basa en la típica trama del triángulo amoroso, un poco al estilo de El curioso impertinente. A partir de este punto de salida se incluye a una niña que hace que al inicio pienses: “Por favor que no acabe resultando que el padre es Álex en vez de David”. Y de hecho sorprende porque no es que su padre sea otro sino que simplemente es un robot. Me parece, pero, que este triángulo no se trata con profundidad y quedan muchos vacíos en la historia que el espectador no es capaz de llenar. Creo que hay un problema con Eva y es que el personaje no resulta tan atractivo como parece ser. Álex está maravillado con esta niña porque piensa que es diferente al resto de niños de su edad y la veu como una niña perfecta. ¿Realmente es así? Yo creo que conozco a unas cuantas personas de 10 años que podrían hacerse pasar por ella. No deja de ser una niña cursi a la que le gusta llevar la contraria. Los guionistas necesitaban que hubiera una conexión entre Eva y Álex que queda un poco colgada porque ella no resulta tan interesante. Además, pienso que es un personaje que tiene un punto inverosímil y al que no nos acabamos de creer, diría que no está del todo bien construido.

Hay algunos momentos absurdos que no tienen denasiado sentido, como cuando se hacen referencias forzadas al cine cuando la niña dice: “Si esto fuera una peli dirías...”. Creo que no tienen ninguna relevancia. Igual que hay algún momento en que los dos personajes principales están juntos y mantienen un tipo de diálogo pseudointelectual propio de una película de autor oriental (o al estilo Coixet) que no acaba ni de encajar ni de funcionar.
Es una película donde abundan las imágenes efectistas, que quieren impactar al espectador pero que también carecen de significado y no acaban de obtener una coherencia y una cohesión con el resto del relato.
Es un largometraje lento en el que no pasa nada. Y esto no es malo. Hay muchas grandes películas que son así y son sensacionales pero porque en vez de narrar unos hechos profundizan en un personaje, por ejemplo. En este caso los hechos que se nos explican no son nada del otro jueves y los estudios de los personajes son bastante incompletos.
Por todo esto pienso que es una película que se queda a medias. Seguramente al inicio era muy ambiciosa pero al final no acaba de atreverse y se queda en lo mediocre. La trama es insuficiente, la relación entre los personajes no se nos explica del todo y tampoco acabamos de entender por qué son cómo son. Tiene este punto tan español de querer arriesgarse pero quedarse en el intento y es por eso que al inicio decía aunque no parezca la típica producción española lo acaba siendo.


lunes, 7 de noviembre de 2011

El niño que quería ser feliz

No es necesario llenar de sentimentalismo una película para que resulte cercana.


La película ante la que nos encontramos pertenece a dos de los mejores cineastas belgas del panorama actual, aunque se les puede considerar como uno solo ya que ellos mismos se denominan “una persona con cuatro ojos”. Escriben, dirigen y producen sus películas ellos mismos y por eso mismo es tan sencillo reconocer sus trabajos. Iniciaron su carrera realizando documentales a finales de la década de los 70. En 1987 rodaron su primera obra de ficción, Falsch. Sin embargo el reconocimiento internacional no les llegó hasta La promesa (1996) y se consolidó con Rosetta (1999), que ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes. Desde entonces han participado en la sección oficial del citado Festival con todas sus producciones.



El film narra las aventuras que emprende un niño, Cyril (Thomas Doret), para reencontrarse con su padre (Jérémie Renier). Un padre que lo dejó en un refugio, en principio temporalmente, porque no podía ocuparse de él. Pero lo realmente importante en la película no es el niño abandonado, sino la falta de afecto, la necesidad de encontrar una figura adulta que le acompañe. En principio busca esta figura en su progenitor, pero después de que este le diga que no quiere saber nada más de él se siente solo y se fija en el adolescente problemático del barrio. Este le ofrece su compañía, lo cuida y Cyril ve en él ese padre que acaba de perder. No tarda en descubrir, pero, que sólo quería aprovecharse de su inocencia y acaba siendo abandonado por segunda vez.



Y es que el niño busca ese adulto protector en un ser masculino, y por eso no ve a Samantha (Cécile de France), la peluquera a la que conoce por casualidad en la primera huida que realiza en busca de su padre y que le abre las puertas de su casa y de su corazón sin dudarlo. Puede parecer extraño que una mujer que tiene una vida estable y que no conoce de nada al pequeño decida acogerlo los fines de semana, pero realmente el espectador no se pregunta por qué lo hace, es irrelevante. Igual de extraño es que cuando se encuentra en la disyuntiva de tener que elegir entre su pareja y el chico acaba escogiendo al segundo al que apenas conoce. ¿Por qué lo hace? No lo sabemos. Podemos decidir buscar una respuesta a esta cuestión o simplemente aceptar que ella ha tomado esta determinación, ¿acaso alguien puede entender al ser humano? Desde el primer encuentro que tiene con Cyril, en el que este la abraza y ella le dice que puede cogerla, Samantha se deja envolver por el pequeño y le da valor a su presencia. Por eso acepta su mal comportamiento y se llena de paciencia, porque en el fondo es consciente de que él acabará encontrando en ella lo que busca y, muy seguramente, ella también en él lo que estaba buscando.

Las películas de los Dardenne se enmarcan dentro del realismo social. Muestran personajes de clase trabajadora y sus problemas, aunque tratan estas temáticas de una forma contenida, sin caer en sentimentalismos o en juicios de valor


Las imágenes están cargadas de dinamismo y es en gran medida por el hecho de tener a un niño como protagonista. Lo vemos casi siempre corriendo, yendo en bicicleta de un lado a otro y mostrándose inquieto, que no deja de ser una forma de expresar lo incómodo que se siente con él mismo. La película se ubica en Sereign, como todas las que han realizado a partir de La promesa ya que los cineastas pasaron ahí gran parte de su infancia y su adolescencia y son tierras que conocen bien y que les ayudan a explicar lo que tienen en mente.

Hay que destacar la gran actuación de Thomas Doret, pocos niños saben captar tanto la atención de la cámara y mostrar tanto con tan poco, desde luego ha sido un gran acierto por parte de los realizadores dar con el chico. Cécile de France, a la que hemos podido ver hace poco en las salas en Más allá de la vida (Clint Eastwood, 2010), también borda el papel sobretodo conteniendo su actuación. La mayoría de secundarios (Jérémie Renier, Fabrizio Rongoni u Olivier Gourmet) forman parte del reparto habitual que emplean los cineastas en sus films, y aunque aquí han sido relegados a un segundo término es muy apreciable su trabajo.



En definitiva, las películas de estos realizadores se enmarcan dentro del realismo social. Muestran personajes de clase trabajadora y sus problemas, como lo hacen también los británicos Ken Loach, Mike Leigh o el finlandés Aki Kaurismaki. Aunque los hermanos Dardenne tratan estas temáticas de una forma contenida, sin caer en sentimentalismos o en juicios de valor. Quizá sea esto lo que hace que sus obras nos resulten tan cercanas. La película no pretende darnos una lección, simplemente se nos muestran unas determinadas imágenes que después nosotros podemos valorar, o no. Aunque sea una película de autor, todo el público es capaz de verla y conectar con ella. Es una pena que sólo pueda verse en tres cines en Barcelona.


viernes, 3 de junio de 2011

Pequeñas películas con mucha magia

Vuelvo a la carga con otra película de cartelera! Esta vez es el turno de Pequeñas mentiras sin importancia (Les petits mouchoirs). Se trata del reciente film de Guillaume Canet, reconocido actor francés que ha protagonizado, entre otras, Jeux d'enfants o No le dis à perssone, con la que además ganó un César al Mejor Director en 2007. Con esta, su tercera película, se ha consagrado como uno de los directores franceses de mayor proyección internacional.



La trama se puede resumir muy fácilmente. Se trata de unos amigos que se reúnen como cada año para pasar las vacaciones en la casa que uno de ellos, Max, tiene en la playa. Pero esta vez no será como cada año. Ludo, uno de los miembros del grupo, ha sufrido un grave accidente y se encuentra ingresado en la UVI con lo que tienen que ir sin él. Porque la opción de quedarse en París con él está descartada. A quién se le puede pasar por la cabeza.
Partiendo de esta idea vemos las relaciones que se establecen entre los diversos personajes. Primero vemos su día a día en París, su vida, sus relaciones. Más tarde se nos muestra su convivencia durante las vacaciones. Vemos como van pasando los días y como van actuando, no mostrándose tal y como se sienten. Vemos como algunas relaciones se enrarecen y otras se hacen más fuertes. Vemos a gente que comparte (excesivamente) sus problemas y gente que se los guarda. Todo esto gracias a personajes muy bien construidos, muy bien definidos. Personas que evolucionan a lo largo del film, que maduran, que crecen por dentro y se vuelven más conscientes de todo lo que tienen alrededor. Además tienen problemas que podemos tener tú, yo o la vecina de arriba con lo que es muy fácil sentirse identificado y por consiguiente que la película te llegue. Y es que por muy sencilla que parezca la idea de la que parte el film, no se trata de un film sencillo en absoluto.



Hay que prestar especial atención a las actuaciones. La mayoría de ellas son simplemente geniales. Cabe destacar la de François Cluzet, al que hemos podido ver en películas como la ya mencionada No le dis à perssone, por la que también obtuvo un Premio César a la Mejor Interpretación Masculina, French Kiss o Paris. Su personaje, Max, es sin duda el más simpático de la película gracias a sus manías o su pánico al amigo gay (genial la escena del partido de fútbol), aunque al final también sabe sacar su lado más humano. Por otra parte encontramos a Benoît Magimel, interpretando al amigo gay que aún no ha salido del armario porque no quiere aceptar su homosexualidad, quizá su interpretación no es remarcable pero el reencontrarme con él después de la magistrial La pianista hace que sea necesario mencionarlo, sobretodo teniendo en cuenta el cambio de registro entre los dos films. Gilles Lellouche sería el siguiente en la lista. Con su cara de chico malo y sexy no podía interpretar a otro que al chico malo y sexy. Malo pero que al final descubre que tiene un corazón y que necesita querer y ser querido como cualquier otro ser humano. Pudimos verlo en Paris también, junto a Cluzet. Finalmente está Marion Cotillard, a la que podíamos ver en la entrada anterior en la película de Woody Allen. No me gustó su papel y no me gustó ella. O quizá no me gustó su papel porque no me gusta ella. Quién sabe. La cuestión es que me pareció demasiado afectada y profunda, sobretodo hacia el final de la película.
Es posible que una de las causas del buen resultado del trabajo con los actores es que muchos de ellos ya habían trabajado juntos con anterioridad con lo cual se había creado ya una cierta química entre que se hace muy patente en la pantalla. Quizás en este mix francés faltaba Juliette Binoche (sí, cada vez la tengo en más estima) aunque no logro acertar cuál hubiera sido su papel.



Finalmente tan solo remarcar unos aspectos más. En primer lugar la banda sonora, y tiene mérito que lo diga yo porque odio las bandas sonoras. Canet ha escogido de forma muy precisa y adecuada las canciones que suenan a lo largo del film. Ninguna sobra, ninguna es inoportuna, ninguna fuerza ningún sentimiento. Son simplemente elementos que nos acompañan, que no interfieren en la narración. En segundo lugar la escena inicial, desde que Ludo está en el bar hasta que tiene el accidente. El plano secuencia que tiene lugar desde que coge la moto. Lo vemos circular por las calles de París y no podemos evitar tener la sensación de que algo malo va a ocurrir. Le seguimos esperando a que pase algo y justo cuando menos lo esperamos ocurre. Es simplemente genial.

En definitiva, si queréis ver una película con la que podáis reír, llorar, sentios identificados y, en definitiva, disfrutar no dudéis en ir al cine a verla. Porque las películas que hacen reír no tienen porque quedarse solo en eso, porque pueden ser mucho más vale la pena ir.


domingo, 15 de mayo de 2011

Midnight in Paris

Cuando Cenicienta vuelve a casa los artistas salen a la calle


El viernes me dejé pasar por el cine para ver Midnight in Paris el mismo día del estreno muy en plan fan, aunque nada que ver. Las críticas eran buenas, de hecho muy buenas. Se decía que era lo mejor de Woody Allen desde Match Point, aunque en mi opinión Si la cosa funciona le da mil vueltas a Match Point. La cuestión es que fui al cine con muchas ganas, esperando ver una gran película, casi una obra maestra. Y más teniendo en cuenta que era el film que abría la actual edición del siempre genial Festival de Cannes, hecho que me sorprendió en su día y que todavía me tiene confundida.



En la película encontramos rostros conocidos como Owen Wilson (Woody Allen en versión joven y no tirillas), Rachel McAdams (con un rubio poco favorecedor), Michael Sheen (genial en tono pedante), Marion Cotillard (que sigue sin gustarme), Carla Bruni (a secas) o Adrien Brody (sin duda de lo mejor de la película). ¿Qué más decir de ellos a parte de lo ya dicho? Las interpretaciones en general no son demasiado remarcables, exceptuando la de Adrien Brody y Michael Sheen. Nunca había visto un Dalí tan divertido e interesante como el interpretado por Brody, el momento que me sacó más risas. En cuanto a Sheen, muy apropiado haciendo el papel de chico/hombre pedante, aunque sobre pedantería hablaremos más adelante, la cuestión es que odiamos a Michael Sheen una vez más. Y muchos os preguntaréis, ¿y Owen Wilson qué? Pues sí, lo hizo bien, pero yo tuve la sensación de que Woody Allen se había metido dentro de él, de que él sólo estaba en cuerpo. Daba un poco de miedo. Así que como copia está muy bien, como personaje original ya es más complicado. Pero no podemos darle la culpa de esto a Owen Wilson, sino más bien a Allen por querer ser el protagonista de todas sus películas aún no actuando en ellas.



Bueno, y ahora vamos a hablar un poco de la película. Centremos en los primeros minutos. Vemos planos de París. Planos y planos. Llegó un momento en el que esperaba algo como: París te espera, ven a pasar las vacaciones a la capital francesa, o cualquier eslogan similar acompañado de una cara parisina conocida. Pero no, esos eran los primeros planos de Midnight in Paris. Planos, que sí, eran bonitos, pero creo que demasiado extensos, tanto en cantidad como en duración. Después de esto te puedes imaginar que la película es un homenaje a esta ciudad, ¡pero no! La protagonista del film no es París, ni mucho menos los franceses. Y es que hay que comentar que a parte de Carla Bruni como guía de museo, la vendedora de vinilos y cosas varias y algún camarero pocos personajes franceses aparecen en la película (sin tener en cuenta a algunos artistas). Por lo tanto podemos afirmar que la película no da demasiada importancia a la cultura francesa. Si no fuera porque París fue un punto de encuentro para los artistas en los años 20 esta película se podría haber rodado en cualquier otra ciudad. Por esto podemos de decir que Woody Allen utiliza París más por necesidad que por decisión.



A parte de lo comentado anteriormente, cabe destacar que la fotografía no es nada destacable, pero tampoco creo que el realizador tenga ninguna intención de que lo sea. Las películas de este director no suelen caracterizarse por su fotografía, por la composición de los planos, por los movimientos de cámara. Sí que se caracterizan en cambio por sus diálogos. Y es que los personajes prácticamente no dejan de hablar en los 100 minutos que dura la película. Eso sí, son diálogos en su mayoría ingeniosos (sólo faltaría que tuviéramos que estar escuchando estupideces durante más de una hora y media), aunque hay momentos en los que resulta un tanto claustrofóbico no poder disponer de algunos minutos de tregua, aunque esto quizá se debe a que actualmente veo películas en las que más bien escasean las palabras, hasta el extremo de Hierro 3.

El argumento de la película no es nada novedoso, de hecho toca los temas más comunes en Woody Allen, temas como la crisis de creatividad o el estar perdido que ya habían sido tratados en films como Desmontando a Harry. Qué curioso que a partir de ahora cuando busquemos películas sobre los viajes en el tiempo aparezca Woody Allen con su Midnight in Paris al lado de Regreso al Futuro (I, II y III) de Robert Zemeckis, El Planeta de los Simios de Tim Burton o Terminator de James Cameron. Interesante pack.

Por último, voy a regresar a un tema que he dejado pendiente al principio (hasta yo viajo en el tiempo ya). Y es que al iniciar esta especie de crítica he dicho que volvería a hablar de la pedantería. El momento ha llegado. Y es que, vale que Michael Sheen interpreta a un capullo pedante, pero ¿qué mayor ejercicio de pedantería que la película en todo su conjunto? Las apariciones de escritores, pintores, músicos, cineastas y artistas en todas sus variantes inundan los 100 minutos de metraje. Pasamos de Picasso a Hemingway, de Dalí a T.S.Eliot, de Buñuel a Matisse, de Scott Fitzgerald a Cocteau, incluso Coco Chanel.

Por lo tanto, recomiendo fervientemente esta película a cualquier profesor que quiera que sus alumnos adquieran un amplio conocimiento de los personajes más importantes de principios de siglo. Ahí queda dicho.


sábado, 7 de mayo de 2011

Copia certificada, un film sobre la realidad

Aprovechando que tengo bastante tiempo libre estos días he estado consumiendo una considerable cantidad de producto cinematográfico y me estoy animando a escribir.

Ahora es el turno de Copia certificada, de Abbas Kiarostami. Es la primera película que veo de este cineaste iraní, pero me he quedado con ganas de ver más. Hay que destacar que este film ha sido prohibido en su país natal.



La película nos plantea primero un dilema: qué es mejor el original o una copia? Y poco a poco nos va haciendo ver que una buena copia siempre es mejor que un original malo, todo esto a partir de conversaciones sobre arte.
A parte del tema artístico, el principal argumento es la relación que se produce entre una galerista francesa afincada en Italia y un escritor inglés que se encuentra de paso presentando su libro (el que habla sobre copias y originales, de ahí los diálogos).

Ella está muy interesada por conocer al escritor y acaba consiguiendo concertar una cita. Él va a verla y pasan un día juntos. Y durante esas horas que pasan juntos vemos todas las facetas que ocurren en una relación, desde el tonteo inicial hasta el hastío final. Observamos como se producen los primeros momentos íntimos, las primeras conversaciones que van creando cierta complicidad. Y cuando todo va bien, paran en una cafetería, la camarera se piensa que son un matrimonio y toman este rol. Entonces empiezan los reproches, las recriminaciones, los recuerdos de un pasado que (como no) fue mejor. Más tarde conocen a una pareja que acaba de casarse y vemos en ellos la ilusión inicial, sobre la que el inglés se muestra frío y escéptico. Ella en cambio sigue mostrando la cara triste a la par que romántica de la pareja, como cuando se cruzan con una pareja de ancianos y observa que desea un futuro así.



Gran parte de la fuerza de la película se encuentra en los diálogos entre los dos protagonistas, entre los que cabe destacar el que tiene ella con su hijo mientras esperan su hamburguesa, el que se da con él escritor al principio mientras están en el coche y el que ella mantiene con la camarera de la cafetería. Hay que admitir también que en algunas ocasiones se vuelve excesivo el uso de las palabras y podría evitarse fácilmente. Por otro lado hay que destacar algunos aspectos de la fotografía, que considero genial en general, sobretodo por la gama de colores que se utiliza y la saturación (los preciosos pueblos de Italia también ayudan), aunque también los encuadres tienen una gran calidad. No hay que olvidarse tampoco de los maravillosos planos en los que la cámara actua como un espejo (por ejemplo cuando ella se está pintando los labios en la trattoria o cuando él se lava la cara en la pensión) o en los que parece que los personajes se están dirigiendo a nosotros cuando mantienen diálogos. Simplemente geniales.



Finalmente destacar el trabajo de los actores, sobretodo el de Juilette Binoche, a la que tenía cierta "manía" que se ha ido esfumando poco a poco después de ver bastantes de sus películas, entre las que destacaría azul, código desconocido, las horas del verano, breaking and entering y, por supuesto, copia certificada, que le hizo ganar el premio a la mejor interpretación femenina en mi querido Cannes. El intérprete del escritor inglés es un barítono que nunca había participado en ningún film y al que también hay que felicitar por su trabajo.

Creo que estos son motivos suficientes para querer ver esta bonita película.